Acerca de la regla fundamental

Trabajo presentado en las Jornadas de la Comisión de Enlace Regional de Argentina y Uruguay, en la ciudad de Buenos Aires, los días 12 y 13 de abril del 2018: “La experiencia del psicoanálisis, función de la palabra”.

¿Qué es lo que convierte a una situación extremadamente común, dos personas dialogando, en una experiencia de análisis?


En su ya clásico ensayo Infancia e Historia - sobre la destrucción de la experiencia, Giorgio Agamben ubicaba dicha destrucción en la desaparición, en los días que corren, de la experiencia como algo relatable, transmisible por ende, e imposible de cuantificar. La experiencia, según este autor, queda reducida al experimento. No hay máximas ni proverbios, reemplazados, junto a su diversidad de sentidos, por el slogan, con uno único: compre, vote, haga, goce.

Aconseja Agamben allí: “quien se propusiera actualmente recuperar la experiencia tradicional, se encontraría en una situación paradójica. Pues debería comenzar ante todo por dejar de experimentar, suspender el conocimiento…”.

Quienes practicamos el psicoanálisis estamos familiarizados con algo de este tenor de la propuesta de Agamben. ¿Acaso no es esa la invitación de la regla fundamental? 

Al encuentro de esta regla llega Freud ante la necesidad de abandonar el método hipnótico, abandono que, en sus propias palabras en la universidad de Clark “planteaba el problema de averiguar, por boca del paciente, algo que uno no sabía y el enfermo mismo ignoraba”. (Segunda conferencia, 1909).

Encontramos la regla ya establecida en La iniciación del tratamiento (1913), donde Freud la refiere así: “Una advertencia aún, antes de empezar: su relato ha de diferenciarse de una conversación corriente en una cierta condición (...) Advertirá usted que durante su relato acudirán a su pensamiento diversas ideas, que se inclinará a rechazar con ciertas objeciones críticas. (...) Pues bien, debe usted guardarse de ceder a tales críticas y decirlo a pesar de sentirse inclinado a silenciarlo, o precisamente por ello. Más adelante conocerá usted., y reconocerá la razón de esta regla, que es en realidad la única que habrá de observar. Diga usted pues, todo lo que acude a su pensamiento”.

A continuación, en una nota al pie, al mismo tiempo destaca lo indispensable y útil de referir esta regla al paciente desde el inicio del análisis, pero también la escasa eficacia del cumplimiento de este pacto por parte del paciente.

¿Por qué exigir algo, a sabiendas de que no puede ser cumplido? ¿Por qué ofrecer esta posibilidad?

Su responsabilidad al enunciar “diga todo lo que acuda a su pensamiento”, lo coloca bajo la égida de una ética, no de una moral. Ética del deseo que convoca a quien la propone a sostenerla desde la función deseo de analista.

Porque el acto de enunciar la regla, establece una asimetría determinante para la experiencia por venir. El que a partir de allí habla, lo hará suponiendo que el que sabe es el que escucha. Pero el que escucha, nada sabe respecto del hablante, pero sí sabe que también él es un hablante.

Porque también sabe, debe saber, que lo que ambos llevan al hombro es que en tanto sujetos hablantes, están sometidos a la estructura del lenguaje, como dice Norberto Ferreyra en La dimensión clínica del psicoanálisis, y agrega: “es necesario que el analista lo sepa en dos sentidos: que haya pasado por esa experiencia y que pueda dar cuenta de las operaciones lógicas que pueden ocurrir en un análisis”.

 El acto de enunciar esta regla lleva en sí la marca de una asimetría que hará que la escucha ofrecida a aquél que hable, sea una escucha diferente. Contraparte de la asociación libre, la atención flotante apunta al todo no para dar en el blanco, sino para estar atentos a los fallos o tropiezos que dan cuenta de aquello que se juega en otra escena. 

Se abre así un mundo, en el que primará la relación de la palabra con una dimensión que Lacan no duda en llamar radical: "la dimensión de coartada de la verdad", al hacer su comentario del por todos nosotros conocido “famillionario”.

También allí, esta vez en boca del creador de esta agudeza, al principio surge el todo: “Tan cierto como que Dios ha de darme todo lo bueno, estaba sentado con Salomon Rothschild y me trató del todo como a un igual, de una forma del todo famillionaria”.

Dice allí Lacan que ese del todo contiene algo bastante significativo: “Cuando invocamos la totalidad, es que no estamos del todo seguros de que esté verdaderamente constituída”.

Los enunciados freudianos de la regla fundamental sufren con Lacan una reducción: “hable, diga cualquier cosa, lo escucho”. Reducción solidaria de la lectura que Lacan realiza de la obra freudiana, porque intenta: “continuar estando a la altura de un discurso que se mantiene lo más cerca posible de lo que se relaciona con el goce”.

Único mérito, según Lacan del discurso de Freud.

 Economía de enunciados que se sostiene no en un ahorro de palabras, sino en otra economía, la del goce. Más allá del principio del placer, la repetición surgirá como marcas de las determinaciones particulares de cada hablante, si es que se acepta el pacto propuesto y la transferencia entonces comanda el encuentro.

¿Por qué esta regla es, sigue siendo, con las variaciones que el avance del discurso del psicoanálisis le ha ido provocando, fundamental? 

La regla de la asociación libre es fundamental, porque está fundada en esta función de la palabra que hace que, hablando, el sujeto pueda encontrarse, transferencia mediante, con su síntoma, con el modo en que lo ha marcado particularmente su relación con lo real. 

Y porque funda la puesta en práctica de esa función que en el recorrido de un análisis despliega todo su poder, dándole a la experiencia su carácter de analítica.

Porque lo fundamental de esta regla no está basado en que fue dicha por el fundador del psicoanálisis, ni en el prestigio que la práctica que ella inaugura pueda tener en estos días, ni mucho menos en que nos habilita por sí misma a ejercer un saber/poder sobre aquél a quien se la dirigimos, aunque o precisamente porque, se presente disfrazado de interés terapéutico. Recordemos la advertencia de Lacan: la impotencia para sostener una praxis se transforma en el ejercicio de un poder. 

El acto de enunciar la regla fundamental, resume y concentra una función de la palabra que convierte un diálogo entre dos personas en otra cosa, en una experiencia de otro orden. Poner en juego esta función es una tarea que aún hoy, sigue siendo indeclinable para que la experiencia pueda ser tildada como analítica.